No es tristeza, ni siquiera es rabia, algo me reconcome, un ardor en el estómago del que soy consciente no está producido por ningún alimento. ¿Desesperanza? tampoco es eso, a pesar de todo no la he perdido...
Hace más de dos años al chico con el que estaba le tocó un piso de protección oficial, no le di mucha importancia, al fin y al cabo llevábamos poco tiempo como para que eso significase algo.
El año pasado por estas fechas regresé de Nueva York con un anillo en mi dedo y la firme idea en la cabeza de compartir mi vida con aquel chico. La idea del piso empezaba a hacerme ilusión.
Otro año ha pasado y aquella promesa de una casa aún no se ha cumplido, y no está cerca de hacerlo.
Y aunque esto me apena también me aferro a la esperanza de que las promesas se cumplan, ¿demasiado inocente? supongo que culpa del día de mi nacimiento...